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Cuánto coco tiene «el Coco»

[18 de febrero de 2014]

Conforme cumplimos años y el tiempo pasa nos aferramos en nuestro fuero interno a la creencia de  que todos los logros y méritos, especialmente en el campo profesional, nos pertenecen para toda la vida, pasan a formar parte de nuestro bagaje, de nuestra mochila profesional, creyendo que siempre serán nuestra insignia, nuestra carta de presentación y que nadie nos lo podrá arrebatar. Pero la vida, por su indefinición, su heterogeneidad si cabe, tiene otorgada la potestad de arrebatárnoslo todo de repente, quedando “desnudos” hasta de la dignidad. Ante estas situaciones, hay dos opciones de salida posible: el victimismo, esperando de los demás su pena o el “Avefenixmo”, esto es, resurgir de las cenizas de uno y volver a volar, reinventándose las veces que sea necesario.

Y si en tierra desconocida nos hayamos, fuera de nuestro entorno, nuestra familia, muy lejos del sistema y la sociedad en la que uno ha crecido y ha aprendido a sobrevivir, esa desnudez se multiplica por cada kilómetro que a uno lo separa de casa. Es fácil moverse por hábitat conocido; no lo es tanto donde, para empezar, uno es juzgado por su origen y el prisma a través del cual se nos mira está lleno de prejuicios, tópicos y segundos planos. Pues el inmigrante ha de demostrar que merece ser aceptado en un país, en otra sociedad, y hasta que no lo consigue es el segundo o incluso el último para todo. Pero el que de buena madera está hecho, el que persiste, el que no se avergüenza de donde viene pero sabe donde está, el que se reinventa pero nunca deja de ser  buena persona, tiene el camino hecho, o digamos que empezado y he aquí una historia que lo demuestra.

Cuando de pequeñito le preguntaban cómo se llamaba, Jorge, de apenas unos años, y en el intento de contestar decía  “Coque”. Y “Coque” y “Coque”.  A una de sus tías le resultaba cuanto menos entrañable (¿acaso no lo es?) y en un posible ataque de ternura, pensando que el pequeño lo tendría más fácil, lo rebautizó como “Coco”. Y con Coco se quedó. Yo supongo que la tía de Coco debía ya intuir la extraordinaria cabeza que su sobrino tenía y como de casta le viene al galgo realizó un ingenioso juego de palabras.” Coque ¡qué coco!”, pues “Coco” le llamamos y así seguro que el niño fácil lo pronuncia. Y hasta el día de hoy. Yo personalmente tengo que decir que me enteré de su nombre real, Jorge, mucho después de conocerlo como el Coco. Porque cuando vino a Murcia le pusimos el “el” delante, automáticamente le hicimos uno de los nuestros. Tanto le hemos hecho de los nuestros que en el bando de la huerta se viste, junto con toda su familia, de huertano orgulloso.

Jorge Horacio Errazu, Jorge Errazu, Coco para casi todos, es natural de la población de Tres Arroyos(Argentina). Estudió Arquitectura y ejerció como tal durante muchos años, a la par de contribuir a la mejora de las condiciones de su municipio como concejal en el ayuntamiento.  Al mismo tiempo, tal y como atestigua un periódico de la zona* (y todo el mundo de allá y acá que le conocemos podemos atestiguar también), dedicaba parte de su tiempo a inventar. Inventar máquinas, aparatos, a partir de la experiencia que extraía de su trabajo o de lo que los vecinos le trasladaban. Uno de sus inventos más reconocido es el goniómetro láser, una máquina capaz de medir ángulos y distancias con una precisión de campeonato. Dicho invento está debidamente patentado, como todos los demás que hizo. No le gustan que le llamen inventor, no consigo entender bien por qué. Yo preferiría mil veces más que me llamasen inventor que corrupto. Aunque a ti esto último no te lo pueden llamar. Porque tu bondad y tu honradez no te permitieron entrar “al trapo”.

En su última época de concejal, Coco vio a la corrupción entrar por la puerta del Ayuntamiento de Tres Arroyos. Pero él no la quiso recibir ni mucho menos dar la mano. Es por ello que fue invitado a dejar su cargo por aquellos que se suponía que iban en el mismo sentido que él y eran compañeros. Y lo dejó. Argentina empezaba a ser la abanderada de la corrupción. Poco después llegó el famoso “corralito” y  la crisis argentina y Coco, con una familia a su cargo, entre ellos un hijo con 18 años que quería enviar como fuese a la universidad (por considerar que sería la mejor herencia que a sus hijos podría dejar)  y despojado de casi todas sus pertenencias, entre ellas su dignidad, cogió la maleta y sabiendo poco de a dónde iba y cuándo volvería a ver de nuevo a su familia, aterrizó en España.

Aquí en España no es arquitecto. Para las autoridades y sobre el papel, porque al menos para mí lo es y será toda su vida por mucho que le nieguen un puñetero papel que le reconozca lo que es. Yo pensé que en España éramos más civilizados. Y que en Argentina también lo eran. Ya veo que no. Pero a los marroquíes, por ejemplo, se les convalida ipso facto. Y no porque estén mejor formados o al menos como nosotros, no ,no, simplemente porque el Gobierno de turno tuvo a bien firmar un convenio con Marruecos que con Argentina no. Para ellos no valemos lo que sabemos, sino lo que pone el papel. Esa injusticia enorme que Coco sufrió lo es doble: primero por no haber convenio con un país con el que luego hacemos cumbres y esas cosas por hablar el mismo idioma y se hacen todos la foto y todos somos muy hispanos y muy hermanos;  y segundo, por ser Jorge un arquitecto con décadas de profesión ejercida a sus espaldas, ¡sabe más que un recién licenciado de la Politécnica de Valencia! Es absurdo.

Tras un breve tiempo en Gandía, un ingeniero murciano le propuso venir a Murcia a trabajar y fue entonces, unos meses después, cuando pudieron aterrizar en un primer lugar su hijo y después su esposa e hija. Trabajó en un estudio de arquitectura; posteriormente montó una empresa que se dedicaba al montaje de pérgolas y techos de madera y con la cual le fue muy bien. Su hijo mayor empezó sus estudios de ingeniería y su hija, siguiendo el legado de su padre, los de arquitectura. Pero la historia en muchas ocasiones desgraciadamente se repite y Coco, en un país nuevo donde por fin tenía su hueco y donde podía pagar los estudios de sus hijos se topó de nuevo con una que crisis que a día de hoy nos tiene a todos ahogados. Coco no es de los que se da por vencido y le surgió la idea de poner publicidad en vallas de obra, pero no le fue bien. Estuvo después durante un tiempo arreglando maquinaria industrial. Como imagino es una mente que nunca para y ese ingenio agudiza en momentos de necesidad, Jorge, con sus manos como principal herramienta y con motores de allí y piezas de allá diseño y montó él solito una máquina capaz de elaborar en cadena empanadillas criollas típicas argentinas. Ojo, un arquitecto, con conocimientos de maquinaria por tanto aprendidos de forma autodidacta y de la experiencia obtenida en sus anteriores trabajos. Hasta el último tornillo de esa máquina es fruto de un plano mental, de algo que Coco imaginó en su cabeza con una forma y engranajes determinados, no necesariamente siguiendo ningún estándar. Nuevamente había inventado.

Ayer noche Jorge junto a su familia inauguraba en los bajos de Centrofama en Murcia una pizzería-empanadillería: Mano a Mano.

Su propio local, su negocio, su forma de plantarle cara a esta maldita crisis y a aquellos que creen que en esta vida tener una carrera es lo único que vale. O a aquellos que no la tienen y no quieren porque creen que no sirve para nada. Coco ha estado en ambos lados y sabe, mejor que todos ellos y seguramente que todos nosotros que en el término medio quizá está la virtud. Pero lo de Coco no es sólo virtud, es algo más, elevado a la n-ésima potencia. Es una mente privilegiada acompañada de una humildad y bondad que hacen que por narices todo lo que piensa y luego hace realidad con sus manos, triunfe. Y que a día de hoy tenga en Murcia muchos amigos y conocidos y una pequeña “familia”, que somos los Soto, que lo apoyaremos venga lo que venga porque se lo merece. Y su mujer e hijos también. Soy de la que menos le conoce de esa “familia” por tener menos contacto; pero son tan buenas las palabras que he escuchado siempre de Coco y los suyos y tan abundantes los elogios que me han “empapado” de ese cariño que todos sienten hacia los Errazu.

Acepta hoy, Jorge,  este regalo como muestra de alegría hacia tu recién inaugurada aventura pero también a la buena persona que eres y a todos los valores tan ausentes hoy en día que tu representas. Es seguro que cada noche al acostarte echas de menos tu Argentina; yo sin embargo creo que es Argentina la que te echa tremendamente de menos a ti. Dejó marchar a un gran Coco, persona y cabeza, cosa que no se perdonará nunca. Y es seguro que Tres Arroyos lo nota.

  Pues como dice el tango:

“Nada debo agradecerte, mano a mano hemos quedado;
no me importa lo que has hecho, lo que hacés ni lo que harás…
Los favores recibidos creo habértelos pagado
y, si alguna deuda chica sin querer se me ha olvidado,
en la cuenta del otario que tenés se la cargás.

Mientras tanto, que tus triunfos, pobres triunfos pasajeros,
sean una larga fila de riquezas y placer;
que el bacán que te acamala tenga pesos duraderos,
que te abrás de las paradas con cafishos milongueros
y que digan los muchachos: Es una buena mujer.
Y mañana, cuando seas descolado mueble viejo
y no tengas esperanzas en tu pobre corazón,
si precisás una ayuda, si te hace falta un consejo,
acordate de este amigo que ha de jugarse el pellejo
pa’ayudarte en lo que pueda cuando llegue la ocasión.”

  Felicidades, Coco.

Autor: Ana Soto

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